La inmediatez desafía a la trascendencia

Guillermo Marcó, Santiago Kovadloff y Esteban López Del Pino reflexionan sobre los interrogantes que plantea El Código Da Vinci

El padre Marcó, Kovadloff y López Del Pino, a la salida del cine Atlas Santa Fe, de Recoleta

Mientras agota localidades anticipadas en los cines de todo el mundo, y a pesar de las críticas negativas de la prensa especializada y las manifestaciones de grupos cristianos, la jerarquía eclesiástica y el Opus Dei, "El Código Da Vinci" continúa siendo materia de controversia.

LA NACION reunió al director de Prensa del Arzobispado, Guillermo Marcó; al vocero del Opus Dei, Esteban López del Pino, y al filósofo Santiago Kovadloff para debatir sobre la película de Ron Howard, el libro de Dan Brown y sus derivaciones en la sociedad de hoy.

Esteban López Del Pino: -No soy crítico de cine, pero coincido con la crítica en Cannes. La película es una caricaturización de la realidad en todos sus aspectos.

Guillermo Marcó: -Me gustó un crítico francés bastante progresista que dijo que Dan Brown es el Harry Potter de los ateos incrédulos, quienes a diferencia de sus hijos confunden la fantasía con la realidad.

Santiago Kovadloff: -Me resultó frustrante como espectáculo. La acción no es lo primordial, sino lo que se dice. El libro no pudo ser asimilado y la película es atragantada. No le da credibilidad estética a su planteo.

-¿Por qué la Iglesia y el Opus Dei llamaron al boicot contra la película si se admitía que era ficción? GM: -Nunca se planteó el boicot contra la película desde la voz oficial de la Iglesia ni se dijo a la gente que no fuera a verla. Lo que diga un representante de la Casa Pontificia es una opinión personal y no del Vaticano. Me interesa discernir que sólo en Occidente pueden darse estas cosas. Tenemos las pruebas de lo que ocurrió con las viñetas sobre Mahoma. La trama es tan traída de los pelos que resulta curioso que la gente les dé credibilidad a cosas insostenibles, cuya falsedad puede probarse. Eso ocurre por el poder de los medios. La molestia de la Iglesia es el marketing de la ambigüedad con que juega la película. Dan Brown dice que es ficción, pero basada en hechos reales.

ELP: -Acá había dos derechos que se contraponían: la libertad de expresión y el derecho a la expresión religiosa de cada persona. ¿Cómo podían compatibilizarse? Desde la caridad, como propone Benedicto XVI. El grupo Sony tenía la oportunidad de hacer un acto de grandeza y mejorar el producto que había recibido. El Opus Dei nunca llamó ni a frenar la libertad de expresión ni a un boicot contra la película. Propusimos a Sony que el personaje no fuera Jesús, sino otro mítico y que en lugar del Opus Dei nombraran a una institución que no existiera. Pero Sony dijo que sería fiel al libro y nunca quiso dialogar. Y se necesita diálogo para mejorar la cultura planetaria. Luego de ver la película, mucha gente puede preguntarse por qué las cosas no pueden ser como allí se muestran.

SK: - Si tomamos analógicamente una obra retórica que no es más que ficción, llamada "Los protocolos de los sabios de Sión", se podría hacer una interesante película para mostrar la conspiración de los judíos para adueñarse del mundo. La idea prosperó de tal modo que "Los protocolos..." alcanzaron un grado de credibilidad que rebasó el campo de la verosimilitud. ¿Sobre qué terreno prosperan estas propuestas? Sobre un profundo escepticismo en relación con los grandes valores del humanismo: el diálogo, la capacidad de interrogarse, el asentar en fundamentos probados las afirmaciones que se hacen. Es la desvalorización de la palabra lo que le infunde credibilidad a "El Código Da Vinci". Nuestra tarea consiste en mostrar que su porvenir es proporcional a la idolatría de lo inmediato. En cuanto cae la pasión por la inmediatez, la película se desvanece. El perfil del destinatario es un espectador que confunde la intensidad de la distracción con el valor de la verdad. Estamos ante un vacío ético impresionante. Allí donde no importa pensar, distraerse es decisivo.

-Se habló de la responsabilidad de los medios. ¿La Iglesia y el Opus Dei anteponen el dogma a la búsqueda de respuestas espirituales de la gente? GM: - Lo que a uno le molesta es que los medios presentan la verdad en un envoltorio frívolo y banal obviando la historia, pero no presentan un estudio riguroso. Si Jesús fuera un hombre y se hubiera casado, yo me sentiría defraudado, porque a mí no me da lo mismo creer o no creer. Otra seudociencia es la opinología. Los medios han generalizado el valor de la opinión, que para la filosofía es el umbral más bajo de conocimiento. Para la filosofía y la teología rige la búsqueda de la verdad. La gente quiere que le corran un telón, le revelen los misterios, verlos e irse.

SK: - Autocríticamente, creo que hay una falla importante en la capacidad contemporánea de transmitir el mensaje y la vivencia religiosa. Esta falla comunicativa tiene que ver con una cierta incomprensión del destinatario. Los medios de difusión no quieren ir más allá del dogma para responder a lo que los credos no contestan, sino que reemplazan con intensidad esas respuestas.

ELP: -En nuestra sociedad también opera una pasividad para la búsqueda de los conocimientos más arduos. Somos propensos a la compra de estereotipos y los medios, a la venta de estereotipos. Tenemos que ser más activos y humildes para reconocer lo que no sabemos y buscar la verdad.

SK: -Hoy el ciudadano ha sido reemplazado por el consumidor. Las democracias occidentales se vertebran en torno a los imperativos del mercado y reducen la noción de convivencia al erotismo de la compra y venta. En este modelo, fatalmente la literatura pasa a ser de digestión rápida. La película dice que es muy difícil precisar con nitidez la frontera entre verdad y creencia. Por lo tanto, insinúa que a fuerza de creer podemos tener una experiencia de la verdad. Pero cuando el fanatismo se adueña de nuestras creencias, además de una experiencia de la verdad, aparece otra de intolerancia hacia el otro.

-¿No pensaron en lanzar una campaña de esclarecimiento frente a los desaciertos de Dan Brown? GM: - Quiero hacer una autocrítica muy personal. A la Iglesia le cuesta pensar en términos de inmediatez, más bien siempre está pensando en términos de eternidad. Hay una incomodidad de la Iglesia frente a un mundo que avanza con un vértigo que la supera. Además, la Iglesia es hija de su jerarquía, que a su vez son hijos de la lecto-escritura. Muchos obispos y cardenales no tienen televisor ni saben encender un DVD. Lo que no ven en la TV ni en el cine, para ellos no existe. El medio que hoy comanda la opinión es el que menos posibilidad de reflexión tiene: la televisión. Entender ese mundo a la Iglesia le cuesta mucho.

ELP: - Hay un mensaje espectacular para transmitir y tenemos que ser más creativos para comunicarlo. Desde hace 10 años tenemos una página web. Desde que comenzó el tema de "El Código Da Vinci" aumentamos de 50.000 a 1.000.000 de visitantes.

SK: - Vivimos en un mundo donde lo que tiene credibilidad es el escándalo, la denuncia de la fragilidad y el miedo. Aún hoy estamos desorientados sobre cómo tenemos que movernos en un mundo secularizado, en el que el rasgo distintivo de la modernidad es la caída significativa de la experiencia de lo trascendente. En un mundo así el mensaje religioso pierde credibilidad masiva. La dificultad hoy es infundirle credibilidad a la tradición. Y eso significa descubrir en un mensaje milenario una noticia de último momento.

Por Susana Reinoso

De la Redacción de LA NACION

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Diario La Nación