Bibliografía sobre la relación de Mons. Óscar Romero y el Opus Dei

La relación de Mons. Romero con el Opus Dei ha sido tratado en varios libros. Publicamos varios extractos.

1. "Opus Dei. Una investigación" de Vittorio Messori

2. "Un mar sin orillas" (capítulo El Salvador. El alma de un pueblo: Óscar Romero)

3. Diccionario de San Josemaría Escrivá de Balaguer. (Voz "El Salvador, punto 3: "Impacto de la personalidad de san Josemaría en los Salvadoreños). Editorial Monte Carmelo.

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1. "Opus Dei. Una investigación" de Vittorio Messori (enlace al capítulo)

Sobre mi mesa de trabajo, como instrumento de consulta rápido y frecuente, tengo al alcance de la mano las casi 1.700 densas páginas de la Garzantina, la enciclopedia de bolsillo más difundida en Italia.

Entre los millares de voces, está también la de «Romero, Oscar Arnulfo (1917-1980), religioso salvadoreño», que dice: «Arzobispo de San Salvador, símbolo de las fuerzas progresistas, fue asesinado por terroristas de derechas». Una definición significativa, en su extrema brevedad.

De este «mártir del evangelio», convertido -como dice la Garzantina- en «símbolo de las fuerzas progresistas», y quizá instrumentalizado brutalmente por las «izquierdas», tanto eclesiales como políticas, se lee lo siguiente en su biografía escrita por Jesús Delgado: «Monseñor Romero había conocido en Europa, en 1955, a Monseñor Escrivá de Balaguer -el fundador del Opus Dei- y en seguida surgió una relación de amistad, porque admiraba en él su destacada rectitud y su gran fe. En el comportamiento de Escrivá, dueño siempre de sí mismo también en los momentos más expansivos, el P Romero descubrió además el equilibrio entre una exigente santidad personal y la total apertura hacia los demás. Esta era precisamente la virtud que Romero sentía necesitar: por eso, la personalidad de Escrivá de Balaguer le atrajo inmediatamente. Pero el interés de Romero por el Opus Dei tenía también otra raíz. La institución ponía entre sus preocupaciones primarias la de ayudar al clero diocesano a mantener una espiritualidad intensa, un espíritu de dedicación y de fidelidad a la Iglesia, también en el ajetreo de las tareas parroquiales. Un ideal que correspondía perfectamente con el de Romero. Era pues lógico que se sintiese inclinado a cultivar la amistad con los miembros del Opus Dei aunque, en sentido pleno, nunca llegó a formar parte de esta organizacion».

Un año antes de ser asesinado por predicar las exigencias sociales del evangelio, monseñor Romero anotó en su diario personal (inédito en Italia y -me parece- en toda Europa), con fecha 6 de septiembre de 1979: «Almuerzo con los padres del Opus Dei. Me contaron de su trabajo con profesionales, con estudiantes y también con obreros y personal del servicio. Es una obra silenciosa, de mucha espiritualidad... Es una mina de riqueza para toda la Iglesia, la santidad del laico en su profesión».

El 12 de julio de 1975, pocos días después de la muerte de Escrivá, el arzobispo de San Salvador sintió la necesidad de escribir al Papa para solicitarle, «en nombre de la mayor gloria de Dios y del bien de las almas», que abriera pronto la causa de beatificación y canonización. Es una carta (tengo delante una copia, tomada de los archivos de la Prelatura) de pasión extraordinaria, en la que monseñor Romero confía a Pablo VI que «tiene una deuda de profunda gratitud a los sacerdotes del Opus Dei, a los que he confiado con mucho fruto y satisfacción la dirección espiritual de mi vida y la de mis sacerdotes». Se dice, entre otras cosas: «Personas de todas las clases sociales encuentran en el Opus Dei una orientación segura para vivir como hijos de Dios en medio de sus deberes familiares y sociales: esto sin duda se debe a la vida y a la doctrina de su fundador (...) Monseñor Escrivá -al que conocí personalmente- supo unir un diálogo continuo con el Señor a una gran humanidad: se descubría en seguida que era un hombre de Dios, su trato estaba lleno de delicadeza, cariño y buen humor (...). Desde hace muchos años conozco el trabajo de la Obra aquí en El Salvador y puedo testimoniar el sentido sobrenatural que lo anima y la fidelidad al Magisterio que lo caracteriza...».

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2. Un mar sin orillas. El Salvador. El alma de un pueblo: Óscar Romero (enlace al libro)

Algunos historiadores consideran como primer suceso de la guerra de El Salvador el secuestro, en 1971, de un industrial, Ernesto Regalado. Desde entonces, hasta el 16 de enero de 1992, fecha en la que se firmaron los Acuerdos de Paz, hemos padecido en este país un largo conflicto; terrible, sangriento, dolorosísimo. El análisis de este periodo en el que hemos sufrido tanto excede el propósito de este libro. Pero hay una figura que deseo recordar: la de Mons. Romero.

Juan Aznar solía visitar, a comienzo de los años 60, a algunos sacerdotes diocesanos amigos. Salía temprano de San Salvador, enfilaba la carretera Panamericana y al cabo de dos horas de viaje -Cojutepeque, San Vicente, Chimaneca- llegaba a San Miguel, cerca del golfo de Fonseca. Durante el recorrido el paisaje iba cambiando desde el verde intenso hasta el gris apagado de los parajes semidesérticos.

El Vicario General de San Miguel, Óscar Arnulfo Romero, que conocía y apreciaba mucho el espíritu del Opus Dei, nos recibía cordialmente en su parroquia, que comprendía veinte cantones o barrios rurales muy poblados. Durante esos años atendía, además, el Seminario Menor de la Diócesis y dedicaba algún tiempo a los trabajos de la Curia. (54) *

Cuando le nombraron Obispo de la diócesis de Santiago de María, en 1974, estuvo en Italia y conversó con el Padre en Villa Tevere. El Padre le atendió con gran afecto y puso los medios para que le ayudaran a descansar durante aquellos días romanos, porque conocía bien la situación de tensión que se vivía en El Salvador.

El 12 de julio de 1975, pocas semanas después del fallecimiento del Padre, Romero escribió esta carta al Papa solicitando la apertura de la Causa de Beatificación y Canonización:

"Beatísimo Padre:

Muy reciente aún el día del fallecimiento de Monseñor Josemaría Escrivá de Balaguer, creo contribuir a la mayor gloria de Dios y al bien de las almas solicitando a Vuestra Santidad la pronta apertura de la causa de beatificación y canonización de tan egregio sacerdote.

Tuve la dicha de conocer a Monseñor Escrivá de Balaguer personalmente y de recibir de él aliento y fortaleza para ser fiel a la doctrina inalterable de Cristo y para servir con afán apostólico a la Santa Iglesia Romana y a esta parcela de Santiago de María que Vuestra Santidad me ha confiado.

Conozco desde hace años la labor del Opus Dei aquí en El Salvador y puedo dar fe del sentido sobrenatural que lo anima y la fidelidad a la doctrina del Magisterio eclesiástico que lo caracteriza. Personalmente, debo gratitud profunda a los sacerdotes de la Obra a quienes he confiado con mucha satisfacción la dirección espiritual de mi vida y de otros sacerdotes.

Personas de todas clases sociales encuentran en el Opus Dei orientación segura para vivir como hijos de Dios en medio de sus obligaciones familiares y sociales. Y esto se debe sin duda a la vida y doctrina de su fundador". (55)*

Estas palabras ponen de relieve el gran afecto que sentía Romero hacia el Padre y el Opus Dei. Años después, en 1977, le nombraron Arzobispo de El Salvador. y Mons. Fernando Sáenz -que era entonces Vicario Delegado del Opus Dei en este país- solía invitarle a las convivencias para sacerdotes que organizaba cada mes la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz.

"El día 24 de marzo de 1980 -recordaba Mons. Saénz- tuvimos una de esas convivencias. Al principio habíamos previsto otra fecha, pero Mons. Romero me pidió que la cambiáramos porque no le venía bien y tenía mucho interés en asistir a aquel encuentro. Cambiamos de fecha y la fijamos para el día 24.

Hacía las 10.30 de la mañana aquel día fui a recogerle a las oficinas del Arzobispado, que estaban situadas entonces en la actual sede del Seminario Menor. Le saludé y me dijo que acababa de recibir un documento sobre la formación de los seminaristas en el llamado Curso Propedeútico. Deseaba que aprovecháramos aquel encuentro sacerdotal para estudiar y comentar el documento.

Fuimos en carro hasta la playa de San Diego, donde nos habían prestado una casa para la convivencia. Sin embargo, a pesar de las previsiones que se habían hecho, hubo una confusión, y cuando llegamos la casa estaba cerrada. Decidimos sentarnos sobre la hierba del pequeño jardín y comentamos aquel documento a la sombra de unas palmeras. A continuación extendimos un mantel sobre el suelo y disfrutamos de una agradable comida y de un rato de sobremesa. Al poco llegó el guardián de la casa, que se excusó por lo sucedido y nos trajo unas sillas.

Durante aquella tertulia hablamos de cuestiones muy diversas. Entonces era frecuente que las guerrillas urbanas ocuparan los templos, y Mons. Romero nos dijo que estaba preocupado por la custodia de los vasos sagrados y los ornamentos liturgicos de la catedral, que eran antiguos y de gran valor histórico, Le sugirió a un sacerdote que los custodiara en un lugar seguro mientras durara la situación de desorden.

Y seguimos conversando sobre asuntos variados. Recuerdo que le propuso al párroco de San José de Guayabal que cultivara maíz y frijoles en el entorno de su parroquia, para que pudiera servir de aprovisionamiento al seminario. Luego hablamos del Padre Pro, de los cristeros mexicanos, etc.

A las tres nos sugirió que acabáramos la reunión, porque debía regresar a la ciudad, donde tenía un compromiso. Y hacia las tres y media lo dejé en el Hospital de la Divina Providencia".

Tres horas más tarde, a las seis y cuarto, mientras celebraba la Santa Misa, Mons. Romero caía abatido por un disparo hecho desde el exterior del templo.

Lo llevaron inmediatamente a la Policlínica, donde ingresó muy grave. Poco después los médicos certificaron su muerte.

Velaron su cadáver en la Basílica del Sagrado Corazón, y miles de personas -en torno a cincuenta mil- se congregaron para sus exequias en la catedral. Mientras se celebraban, estalló una bomba en los alrededores, entre tiroteos y ráfagas de ametralladora. Murieron 27 personas y más de doscientas resultaron heridas.

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3. Diccionario de San Josemaría Escrivá de Balaguer. (Voz "El Salvador, punto 3: "Impacto de la personalidad de san Josemaría en los Salvadoreños).

3. Impacto de la personalidad de san Josemaría en los salvadoreños

Además del recuerdo que san Josemaría dejó en don Rafael Fernández Claros y en la familia de Pedro Jaime de Matheu Salazar, como ha quedado recogido al principio, y de los encuentros con san Josemaría en México y Guatemala ya mencionados, se puede subrayar, por su resonancia pública, el hecho de que Mons. Oscar Arnulfo Romero, arzobispo de San Salvador entre 1977 y 1980, conoció y apreció el espíritu del Opus Dei.

Desde la década de los sesenta, “Mons. Romero mantuvo una estrecha amistad con don Juan Aznar y, luego, con don Fernando Sáenz –también sacerdote de la Obra–, que fueron sus directores espirituales. Esa amistad duró hasta el mismo día de su asesinato el 24 de marzo de 1980, siendo arzobispo de San Salvador. Además, en 1974 Mons. Romero conoció y conversó en Roma con san Josemaría. “El Padre le atendió con gran afecto y puso los medios para que le ayudaran a descansar durante aquellos días romanos, porque conocía bien la situación de tensión que se vivía en El Salvador" (Rodríguez Pedrazuela, 1999, p. 253). El 12 de julio de 1975 Mons. Romero escribió una carta al Papa pidiendo la beatificación y canonización de Mons. Escrivá de Balaguer. Allí decía que tuvo la dicha de conocerle personalmente: “y de recibir de él aliento y fortaleza para ser fiel a la doctrina inalterable de Cristo y para servir con afán apostólico a la Santa Iglesia Romana (…). Mons. Escrivá de Balaguer supo unir “en su vida un diálogo continuo con el Señor y una gran humanidad: se notaba que era un hombre de Dios y su trato estaba lleno de delicadeza, cariño y buen humor. Son muchísimas las personas que desde el momento de su muerte, le están encomendando privadamente sus necesidades" (Rodríguez Pedrazuela, 1999, pp. 253-254).

La personalidad de san Josemaría tiene en el país reconocimiento público. Una calle de San Salvador y una plaza de Santa Ana llevan su nombre. En esta última se erigió un monumento con su busto en bronce, inaugurado el 31 de mayo de 2008. La Dirección de Correos de El Salvador emitió en 2002 un boletín filatélico que incluía sobre y dos sellos conmemorativos del Centenario de su nacimiento."

Autor: Luis Miguel Fernández-Cuervo